Las ganas.

No había forma ni modo, 
No había la suficiente valentía,
Tampoco. 
Por no haber, no había ganas, 
Ni los dientes largos, 
ni la urgencia del mañana.

Sólo había miedo por un lado, 
Y por el otro sólo, 
El querer tenerlo todo, 
demasiado atado.

No había palabras, 
Ni tan siquiera miradas, 
Sólo detalles mal interpretados.

Y el pensar 
Que las cosas se querían ya, 
Asi de rápido.
Y casi sin pensar.. 
Hacia detener su tiempo,
y a todo aquello que pudiera pasar, 
Y que aún no había pasado 

Y es que no se entendía que la urgencia 
De algunos días.
 eran fruto de la intuición; 
Aquella que dirigía sus pasos.

Hacía ya demasiados días que la paciencia era su guía. 
Demasiados días..
Y con pesadumbre y tristeza, 
Se dijo basta. 
Pues dolia demasiado ver como su corazón se iba arrugando, 
De soledad.

Demasiado dolia si.
Y se estaba cansando. 
No la mente, sino lo otro. 
Lo que bombea deprisa o despacio, 
Según la distancia que hubiera entre sus brazos.

Aún nadie conocía su determinación ferrea e inamovible..
Salvo su propia persona.
Cuando tomaba una decisión. 
Y el tiempo casi casi agotado.
Por eso sabía que el dia que se dijera, 
hasta aquí hemos llegado;
Ya puede llover
O hacer un sol del Carajo.
Ese día, no habría ya paciencia, 
Ni esperanza, 
Ese día, y como al principio de esta historia, 
Por no haber, no habría ganas, 
No habria nada..
Ni tan siquiera el amor de tantos años regalado. 
Pues la paciencia se agota de no recibir, 
Ni tan si quiera pequeñas migas de pan 
Para poder saberse en el camino acertado.

Porque Igual ya no hacía falta..
Igual ya no.
No.
No hacía falta..
Darse de cabezazos en la pared
Para aprender.
No hacía falta..
Volver una y otra vez
A subir la misma escarpada montaña
Hacer tiras la piel.
Para saber.
Que no existía querer...
en su mirada.
Que es el reflejo del alma
Que es la voz..
La voz de su corazón.

Igual ya no hacía falta.
Igual ya No.

Y nunca se sabe el porqué de cada acción externa.
Nunca se está en la mente de la persona ajena.

Así que No tiene que ser siempre la autoculpa el referente.
Ni una razón negativa
Lo que marque para siempre.

No.

Y ella no era suspiro de humo
Que se eleva y desaparece.
Ni juego con el que entretenerse.
No.
 que las amarras no suelen
Ser mas fuertes que la cincha
Con la que él la sostenía.
Así sin querer.
Sin querer y sin saber.
Aunque lo intuía.

Pero ella no quería Caer
De nuevo en lo que
no se entiende.

Pues le apretaba
La ravia de no tenerle.
Que le apretaba al cuello,
El verle,
y el no verle.

Los nudillos ensangrentados
De golpear puertas cerradas
Con fuertes candados.

Pero todo era fantasía,
En su cabeza.
La imposibilidad impuesta
no dejó lugar a duda.
Ya no.
Ni ganas, ni deseo.
De seguir corriendo tras el sueño.
Mejor dejarlo enterrado,
Entre la almohada,
Sobre aquel colchón,
Recuerdo de un pasado lejano.
Y que se diluyera,
Siendo únicamente eso,
Parte del sueño,
Cuando el cuerpo anda cansado.
Y que la mente por fin en blanco
Vuele a lo imposible.
A la raíz extirpada
Del alma encontrada.

Tal vez después,
En el espacio.
O aún mas lejano,
Cuando la vida nazca de nuevo en sus ojos cerrados.
Tal vez.

Porque un sueño nunca deja de ser soñado.
Se ancla escondido en el cerebro.
Y allí hace su nido,
Se recoge entonces dormido,
Y únicamente aparece cuando parece extinguido.
Porque los sueños...
Aunque no se crea en ellos.
Aunque, incluso, cuando se crea todo al contrario,
Sueños son.
Y entonces adiós a la ilusión.
De saberse,
De quererse.
De creerse
De ser...
Soñado.

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